Por Maritza Requena
El reloj marca los minutos...
pero ¿y la eternidad?
¿Qué marca la eternidad?
El reloj marca los minutos...
pero ¿y la eternidad?
¿Qué marca la eternidad?
Walt Whitman: Canto a mí mismo.
El Oriente es el lugar en que sale el sol. Hay una
hermosa palabra alemana que quiero recordar:
Morgenland –por el Oriente–, “tierra de la mañana”.
Para el Occidente, Abendland, “tierra de la tarde”.
J. L. Borges: “Las mil y una noches”.
Adonis, seudónimo del poeta sirio-libanés Ali Ahmad Said (1930)[1], es uno de los autores árabes de la denominada Escuela del Verso Libre, una tendencia poética surgida en 1947, cuya principal característica es la ruptura con el ritmo impuesto por la qasida clásica[2], tal como señala el arabista español Pedro Martínez Montávez en el Prólogo a su traducción de las Canciones de Mihyar el de Damasco “lo que estos poetas persiguen casi siempre –y consiguen a veces –es dotar al verso, y a la larga al poema, de una musicalidad distinta, y que en este sentido poco tiene que ver con la tradicional de la lírica árabe” (23).
Tras el término de la Segunda Guerra Mundial se produce una importante innovación en la poesía árabe, se abandona la forma tradicional de la qasida, sustituyéndola por combinaciones estróficas libres y poemas en prosa. A dicha escuela pertenecen también los poetas Abd Al-Wahab Al-Bayyatt (Iraq, 1926-1998), Nizar Qabbani (Siria, 1923-1998), Mahmud Darwish (Palestina, 1942), autores cuya obra, como la de Adonis, está estrechamente ligada a la realidad sociopolítica del mundo árabe.
Si bien la poesía de Adonis se sitúa en este contexto, el ser un poeta árabe no le impide ser un poeta de carácter universal, que se nutre tanto de la herencia espiritual e intelectual árabe como de la tradición literaria occidental. En Epitafio para Nueva York es posible encontrar reunidos a algunos poetas árabes (entre ellos, el libanés Yubrán Jalil Yubrán, algunos preislámicos y otros, del amor udrí o platónico) con el norteamericano Walt Whitman, cuya poesía representa el ideal democrático.
A continuación se tratará el tema de la profecía en el libro Epitafio para Nueva York y se revisará de qué manera el poeta enfrenta el problema del lenguaje en la transmisión de un discurso de carácter profético. Además se atenderá al problema de la identidad árabe vinculado a la desintegración del mundo árabe y el fracaso del panarabismo tras la Nakba y la Naksa, puesto que Epitafio para Nueva York intentaría revitalizar dicha ideología.
La concepción temporal: El tiempo profético
En Epitafio para Nueva York, Adonis ha planteado la necesaria renovación de la cultura árabe, el poeta como profeta, orientando su escritura hacia el futuro, anuncia lo que vendrá: el final de un periodo de oscuridad y el comienzo de una nueva época para Oriente. Sobre la organización del tiempo Jacques Le Goff señala que:
“Para dominar el tiempo y la historia y para satisfacer las propias aspiraciones a la felicidad y a la justicia o los temores frente al engañoso e inquietante concatenarse de los acontecimientos, las sociedades humanas han imaginado la existencia, en el pasado o en el futuro, de épocas excepcionalmente felices o catastróficas y a veces han inscrito estas épocas, antiguas o recientes, en una serie de edades según un cierto orden.” (11)
El concepto de edades míticas se refiere a una periodización imaginaria que, tanto en el pensamiento judeo-cristiano como en el islámico, ha llevado a construir calendarios míticos y a calcular fechas proféticas. El estudio de estas edades permite un acercamiento a las concepciones del tiempo y de la historia, así en el Islam el orden de los periodos de la historia deriva de la Revelación. El hecho coránico es un acontecimiento histórico, cultural y religioso que divide al mundo árabe en un antes y un después, distinguiendo entre una época pagana de oscuridad e ignorancia anterior a la predicación de Mahoma (yahiliyya) y una época de luz y salvación posterior a dicha prédica (Islam). El sistema de medición del tiempo que supera al del calendario en cuanto abarca más allá de un año es la era. “El calendario reclama sólo una fecha de principios de año, pero la historia y todos los actos y documentos que exigen una datación plantean el problema de la fecha del tiempo oficial de inicio.” (Le Goff 218). El punto fijo que inicia la numeración de los años es la era, que es un acontecimiento considerado fundador. Para los musulmanes su era comienza en la fecha de la huida de Mahoma de la Meca a Medina (hégira), el año 622.
La Escuela Shiíta Duodecimana concibe la historia a partir de la muerte de Mahoma, puesto que ésta inicia un nuevo ciclo de la profecía. Mientras que para la profetología sunnita Mahoma es el Sello de la Profecía y con ello se da por terminada la historia, la profetología shiíta tiene la idea de un doble ciclo de la profecía. De acuerdo con la perspectiva escatológica de este pensamiento, los shiíes esperan el regreso del duodécimo Imam oculto, el cual aparecerá en forma de Mahdí, el elegido, antes del fin de los tiempos y traerá la total revelación.[3] Por lo tanto, el tiempo presente constituye un tiempo intermedio (como señala Corbin “el tiempo del Imam oculto es un tiempo intermedio entre los tiempos”), en el cual es fundamental el rol del Imam, un guía dedicado a la interpretación del sentido esotérico del Corán.
Adonis utiliza la figura del poeta inspirado como recurso poético. La identificación del poeta con el profeta, lo convierte en un vidente que es capaz de ver más allá de lo aparente y encontrar un lenguaje y una forma con la cual expresarlo. El profeta no es alguien que predice el futuro, sino el inspirado que transmite la revelación divina a los hombres. El carácter profético de la religión islámica y las bases del pensamiento shií permiten explicar la concepción del tiempo que se desarrolla en Epitafio para Nueva York.
El poeta manifiesta una visión crítica del mundo árabe (“¡Y soy el primero en lanzarme contra ti, ah, pueblo mío!”), cifrada en un mensaje profético que divide la historia y que explica el presente desde el futuro. Así se advierten dos dimensiones del tiempo: un tiempo absoluto y un tiempo relativo.[4] En la dimensión temporal asociada a la profecía, es decir, el tiempo suprahistórico, la destrucción de Nueva York marca el inicio de los nuevos tiempos para Oriente. Por otro lado, en la dimensión temporal cronológico-histórica, se establece una marcada diferencia entre la era de Nixon y los tiempos de Lincoln y Whitman, a quienes se dirige el poeta en los Cantos VI y IX.
La dimensión escatológica del Islam supone la total revelación en el fin de los tiempos. Según Le Goff la escatología atribuye un significado a la historia y las edades míticas confieren a ésta un contenido y un ritmo en el interior de este significado, asimismo define escatología como el término que designa la doctrina de los fines últimos, es decir, el cuerpo de las creencias relativas al destino último del hombre y del universo. “La escatología ha estado precisándose a través de las narraciones de naturaleza profética que describían una ‘revelación’ de los acontecimientos del fin de los tiempos.” (Le Goff 48). En Epitafio para Nueva York el tiempo del fin es evocado bajo forma profética, la escatología mira al futuro y se revela en la profecía. Se presentan ciertas señales que anuncian la aproximación del fin del mundo y, como ya se ha señalado, es Nueva York el mundo en destrucción.
El género del Epitafio
Un epitafio es la inscripción ubicada sobre un sepulcro para honrar al difunto. Tradicionalmente un epitafio está escrito en verso, pero hay excepciones. Muchos epitafios fueron escritos con algún refinamiento literario, por lo que se considera al epitafio como un subgénero literario dentro del más general de la elegía, composición poética del género lírico en que se lamenta la muerte de una persona. Numerosos poetas compusieron sus propios epitafios antes de morir, uno de los más conocidos es el del poeta latino Virgilio, quien fue enterrado en Nápoles y cuyo epitafio fue grabado en su tumba: “Mantua me genuit, Calabri rapuere, tenet nunc Parthenope: cecini pascua, rura, duces.”[5]
Considerando el título del libro de Adonis, el texto poético, en su totalidad, viene a ser justamente esa inscripción en la lápida del futuro difunto que será la ciudad de Nueva York, logrando la conciliación entre epitafio y profecía, entre pasado y futuro, entre muerte y vida.
Nueva York, en representación de Occidente, aparece dominando el mundo árabe:
“Y confieso: Nueva York, tienes en mi país la tienda y el
lecho, la silla y la cabeza. Y todas las cosas a la
venta: el día y la noche, la piedra de La Meca y el
agua del Tigris. Pero advierto: a pesar de ello, jadeas
exhausta en tu intento de vencer en Palestina, en Hanoi,
en el Norte y en el Sur, en el Este y en el Oeste,
a hombres que no tienen más historia que el fuego.”
Su aniquilación implica la revitalización de Beirut y la sucesión de imágenes escatológicas o de destrucción dan cuenta de este profundo proceso de renovación: “¡Desmoronáos, estatuas de la libertad! (...) El viento sopla otra vez desde el Oriente y / arranca la lona de las tiendas y los rascacielos”. Mientras Nueva York sufre su caída y en ella es fundamental el rol que cumple la palabra (“cada palabra es el signo de / una caída, / cada vocal es un pico o una pala.”) en Harlem y Beirut se prepara el inicio de una nueva época: “HARLEM, / el tiempo agoniza, más tú eres el presente.” Se establece una crítica a la modernidad, al capitalismo de Nueva York (“Grité: ¡Puente de Brooklyn! pero ése es el / puente que une a Whitman con Wall Street, a la hoja / de hierba con la hoja de papel del dólar...”) y también al retraso del mundo árabe que vive en un tiempo detenido, cuya mentalidad tiende a vivir en el pasado (“Vi / el mapa árabe como un caballo que golpea pesadamente el / suelo con sus cascos. Con alforjas que cuelgan como el tiempo sobre la tumba”) y cuya lengua permanece estática (“La palabra ha muerto porque vuestras lenguas abandonaron / la costumbre de la voz por la costumbre del gesto.”) Asimismo con respecto a los gobiernos árabes hay una profunda autocrítica:
“Y leí:
Que las ratas en Beirut y en otras partes
se pasean burlonas por la seda de la Casa Blanca,
se arman con el papel de los documentos,
roen a la humanidad.
Que los cerdos que aún quedan en el huerto del alfabeto
hollan la poesía.”
El poeta incita a la capital libanesa, Beirut, como representante del mundo árabe, a dejar atrás la época de oscuridad, a quemar la “historia de los cerrojos”, y en el último canto termina deseándole la paz.
El problema de la lengua y la identidad: Resurgimiento de la arabidad
Para Adonis el proceso de renovación también incluye el aspecto lingüístico, así la lengua árabe también forma parte de la autocrítica. En Epitafio para Nueva York el poeta plantea la necesidad de transformación de la lengua árabe en la cual se expresa. En la transmisión del mensaje profético se manifiesta la búsqueda de un lenguaje asociado a los nuevos tiempos:
“La palabra es la más ligera de las cosas y lleva en sí todas
las cosas. La acción es un lugar, un instante. La palabra
es todos los lugares, todo el tiempo. La palabra
–la palma de la mano –, el sueño:
¡Te hallaré, oh fuego, protector mío!
¡Te hallaré, oh poesía!”
Adonis advierte que el lenguaje se ha vuelto infértil: “No es ciega la mirada, sino el rostro. / No son yermas las palabras, sino la lengua.” Esta preocupación por la palabra y la lengua alude a la ausencia del significado, en el plano lingüístico se ha perdido la relación entre el signo y lo que éste representa, la lengua árabe es diferente, en el sentido de diferir[6], a la realidad que designa, no re-presenta el mundo árabe, es decir que la lengua árabe actual no hace presente la realidad árabe:
“Sin embargo, Nueva York no es una jerigonza, sino una
palabra. Pero cuando escribo DAMASCO, no escribo
una palabra, sino una jerigonza. De. A. Eme. A.
Ese. Ce. O... Apenas un sonido, es decir, cosa del
viento. Salió una vez de la tinta y no volvió. El tiempo
está parado como un guardián en el umbral, preguntando:
¿Cuándo volverá? ¿Cuándo entrará? También
Beirut, El Cairo, Bagdad, son jerigonzas totales,
como las partículas de polvo que flotan en el
sol...”
La distancia entre el signo y su representación apunta en Adonis al problema de la identidad árabe cuya expresión es la lengua. Durante el siglo XX el mundo árabe se ha caracterizado por la búsqueda de una identidad nacional, cuya manifestación son los movimientos de resistencia contra el poder y la política colonialista de Occidente. Si el significado no está presente es porque la presencia árabe está diferida, esto es, aplazada en su dimensión temporal y desplazada en su dimensión espacial. Desde este punto de vista, en Epitafio para Nueva York hay un llamado a dejar atrás un tiempo marcado por la ausencia de lo árabe, es decir, por la falta de identidad. La necesidad de adquirir un lenguaje nuevo surge justamente porque la pérdida de identidad es consecuencia de una lengua inapropiada, que no ha sido capaz de consolidar la unificación de la cultura y sociedad árabe.
La ausencia de significado, de lo árabe, de la identidad está directamente relacionada con dos procesos que marcaron al mundo árabe: la creación de Estado de Israel en 1948 y la Guerra de los Seis Días en 1967. Por un lado, la crisis de Palestina (al-Nakba) genera una profundización de las ideas nacionalistas, puesto que Palestina se convierte en un símbolo de arabidad, y por otro, la derrota de los estados árabes frente a Israel (al-Naksa) marca la ruptura de la arabidad. La fractura de la unidad árabe acentúa la catástrofe de la Nakba, el discurso del nacionalismo árabe queda anulado, se destruye el panarabismo como ideología. Tales acontecimientos influyen profundamente en la literatura árabe contemporánea, la reacción es la denuncia o la crítica a los gobiernos y dirigentes árabes que han hecho posible el desastre con el objetivo de remecer la conciencia de la sociedad.
En Adonis hay un intento por salvar esa diferencia entre significante y significado a través de una poesía que logre identificarse con el mundo árabe en los tiempos que vendrán, una poesía revolucionaria, transformadora como el fuego. La palabra que tiene la capacidad de transformación y que puede unificar el mundo árabe es el lenguaje literario. El poeta intenta traer a presencia la realidad del mundo árabe a través de su propio lenguaje, el lenguaje poético o literario adquiere un carácter representativo, que vuelve a presentar, es decir, a hacer presente lo árabe.
En Epitafio para Nueva York el lenguaje apropiado para la profecía es el de la poesía, que es un elemento unificador de la cultura. Adonis considera la definición de la identidad árabe basada en la cultura (panarabismo) para construir un mundo poético en el cual se anuncia un futuro de prosperidad para el mundo árabe, el mensaje profético viene a transmitir esperanza y optimismo a una sociedad en crisis. Así el poeta manifiesta el deseo de transformar lo real a través de la experiencia creadora, elaborando un proyecto de destrucción y renovación de la cultura.
Si bien se puede reconocer un sentimiento de rechazo por el mundo occidental, dada su responsabilidad en hechos que afectan de manera muy negativa el desarrollo de los países árabes, también se puede encontrar una profunda autocrítica o autodenuncia. Adonis es capaz de hacer un cuestionamiento de la sociedad árabe contemporánea y detectar ahí las causas del fracaso del panarabismo, en alguna medida han sido los propios gobiernos árabes quienes han facilitado la intervención de Occidente.
Fuentes citadas
Adonis: Canciones de Mihyar el de Damasco. Traducción y prólogo de Pedro Martínez Montávez. Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1968.
______: Epitafio para Nueva York. Traducción y prólogo de Federico Arbós. Madrid: Hiperión, 1987.
Corbin, Henry: “La profetología chiíta duodecimana”. Historia de la filosofía islámica. Madrid: Trotta, 2000.
Cruz Hernández, Miguel: “Los movimientos de la Shía”. Historia del pensamiento en el mundo islámico. Desde los orígenes hasta el siglo XII. Tomo I. Madrid: Alianza, 1981.
Derrida, Jacques: “La Différance”. Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra, 2003.
Le Goff, Jacques: El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Barcelona: Paidós, 1991.
Vernet, Juan: Literatura árabe. Barcelona: Labor, 1968.
La Escuela Shiíta Duodecimana concibe la historia a partir de la muerte de Mahoma, puesto que ésta inicia un nuevo ciclo de la profecía. Mientras que para la profetología sunnita Mahoma es el Sello de la Profecía y con ello se da por terminada la historia, la profetología shiíta tiene la idea de un doble ciclo de la profecía. De acuerdo con la perspectiva escatológica de este pensamiento, los shiíes esperan el regreso del duodécimo Imam oculto, el cual aparecerá en forma de Mahdí, el elegido, antes del fin de los tiempos y traerá la total revelación.[3] Por lo tanto, el tiempo presente constituye un tiempo intermedio (como señala Corbin “el tiempo del Imam oculto es un tiempo intermedio entre los tiempos”), en el cual es fundamental el rol del Imam, un guía dedicado a la interpretación del sentido esotérico del Corán.
Adonis utiliza la figura del poeta inspirado como recurso poético. La identificación del poeta con el profeta, lo convierte en un vidente que es capaz de ver más allá de lo aparente y encontrar un lenguaje y una forma con la cual expresarlo. El profeta no es alguien que predice el futuro, sino el inspirado que transmite la revelación divina a los hombres. El carácter profético de la religión islámica y las bases del pensamiento shií permiten explicar la concepción del tiempo que se desarrolla en Epitafio para Nueva York.
El poeta manifiesta una visión crítica del mundo árabe (“¡Y soy el primero en lanzarme contra ti, ah, pueblo mío!”), cifrada en un mensaje profético que divide la historia y que explica el presente desde el futuro. Así se advierten dos dimensiones del tiempo: un tiempo absoluto y un tiempo relativo.[4] En la dimensión temporal asociada a la profecía, es decir, el tiempo suprahistórico, la destrucción de Nueva York marca el inicio de los nuevos tiempos para Oriente. Por otro lado, en la dimensión temporal cronológico-histórica, se establece una marcada diferencia entre la era de Nixon y los tiempos de Lincoln y Whitman, a quienes se dirige el poeta en los Cantos VI y IX.
La dimensión escatológica del Islam supone la total revelación en el fin de los tiempos. Según Le Goff la escatología atribuye un significado a la historia y las edades míticas confieren a ésta un contenido y un ritmo en el interior de este significado, asimismo define escatología como el término que designa la doctrina de los fines últimos, es decir, el cuerpo de las creencias relativas al destino último del hombre y del universo. “La escatología ha estado precisándose a través de las narraciones de naturaleza profética que describían una ‘revelación’ de los acontecimientos del fin de los tiempos.” (Le Goff 48). En Epitafio para Nueva York el tiempo del fin es evocado bajo forma profética, la escatología mira al futuro y se revela en la profecía. Se presentan ciertas señales que anuncian la aproximación del fin del mundo y, como ya se ha señalado, es Nueva York el mundo en destrucción.
El género del Epitafio
Un epitafio es la inscripción ubicada sobre un sepulcro para honrar al difunto. Tradicionalmente un epitafio está escrito en verso, pero hay excepciones. Muchos epitafios fueron escritos con algún refinamiento literario, por lo que se considera al epitafio como un subgénero literario dentro del más general de la elegía, composición poética del género lírico en que se lamenta la muerte de una persona. Numerosos poetas compusieron sus propios epitafios antes de morir, uno de los más conocidos es el del poeta latino Virgilio, quien fue enterrado en Nápoles y cuyo epitafio fue grabado en su tumba: “Mantua me genuit, Calabri rapuere, tenet nunc Parthenope: cecini pascua, rura, duces.”[5]
Considerando el título del libro de Adonis, el texto poético, en su totalidad, viene a ser justamente esa inscripción en la lápida del futuro difunto que será la ciudad de Nueva York, logrando la conciliación entre epitafio y profecía, entre pasado y futuro, entre muerte y vida.
Nueva York, en representación de Occidente, aparece dominando el mundo árabe:
“Y confieso: Nueva York, tienes en mi país la tienda y el
lecho, la silla y la cabeza. Y todas las cosas a la
venta: el día y la noche, la piedra de La Meca y el
agua del Tigris. Pero advierto: a pesar de ello, jadeas
exhausta en tu intento de vencer en Palestina, en Hanoi,
en el Norte y en el Sur, en el Este y en el Oeste,
a hombres que no tienen más historia que el fuego.”
Su aniquilación implica la revitalización de Beirut y la sucesión de imágenes escatológicas o de destrucción dan cuenta de este profundo proceso de renovación: “¡Desmoronáos, estatuas de la libertad! (...) El viento sopla otra vez desde el Oriente y / arranca la lona de las tiendas y los rascacielos”. Mientras Nueva York sufre su caída y en ella es fundamental el rol que cumple la palabra (“cada palabra es el signo de / una caída, / cada vocal es un pico o una pala.”) en Harlem y Beirut se prepara el inicio de una nueva época: “HARLEM, / el tiempo agoniza, más tú eres el presente.” Se establece una crítica a la modernidad, al capitalismo de Nueva York (“Grité: ¡Puente de Brooklyn! pero ése es el / puente que une a Whitman con Wall Street, a la hoja / de hierba con la hoja de papel del dólar...”) y también al retraso del mundo árabe que vive en un tiempo detenido, cuya mentalidad tiende a vivir en el pasado (“Vi / el mapa árabe como un caballo que golpea pesadamente el / suelo con sus cascos. Con alforjas que cuelgan como el tiempo sobre la tumba”) y cuya lengua permanece estática (“La palabra ha muerto porque vuestras lenguas abandonaron / la costumbre de la voz por la costumbre del gesto.”) Asimismo con respecto a los gobiernos árabes hay una profunda autocrítica:
“Y leí:
Que las ratas en Beirut y en otras partes
se pasean burlonas por la seda de la Casa Blanca,
se arman con el papel de los documentos,
roen a la humanidad.
Que los cerdos que aún quedan en el huerto del alfabeto
hollan la poesía.”
El poeta incita a la capital libanesa, Beirut, como representante del mundo árabe, a dejar atrás la época de oscuridad, a quemar la “historia de los cerrojos”, y en el último canto termina deseándole la paz.
El problema de la lengua y la identidad: Resurgimiento de la arabidad
Para Adonis el proceso de renovación también incluye el aspecto lingüístico, así la lengua árabe también forma parte de la autocrítica. En Epitafio para Nueva York el poeta plantea la necesidad de transformación de la lengua árabe en la cual se expresa. En la transmisión del mensaje profético se manifiesta la búsqueda de un lenguaje asociado a los nuevos tiempos:
“La palabra es la más ligera de las cosas y lleva en sí todas
las cosas. La acción es un lugar, un instante. La palabra
es todos los lugares, todo el tiempo. La palabra
–la palma de la mano –, el sueño:
¡Te hallaré, oh fuego, protector mío!
¡Te hallaré, oh poesía!”
Adonis advierte que el lenguaje se ha vuelto infértil: “No es ciega la mirada, sino el rostro. / No son yermas las palabras, sino la lengua.” Esta preocupación por la palabra y la lengua alude a la ausencia del significado, en el plano lingüístico se ha perdido la relación entre el signo y lo que éste representa, la lengua árabe es diferente, en el sentido de diferir[6], a la realidad que designa, no re-presenta el mundo árabe, es decir que la lengua árabe actual no hace presente la realidad árabe:
“Sin embargo, Nueva York no es una jerigonza, sino una
palabra. Pero cuando escribo DAMASCO, no escribo
una palabra, sino una jerigonza. De. A. Eme. A.
Ese. Ce. O... Apenas un sonido, es decir, cosa del
viento. Salió una vez de la tinta y no volvió. El tiempo
está parado como un guardián en el umbral, preguntando:
¿Cuándo volverá? ¿Cuándo entrará? También
Beirut, El Cairo, Bagdad, son jerigonzas totales,
como las partículas de polvo que flotan en el
sol...”
La distancia entre el signo y su representación apunta en Adonis al problema de la identidad árabe cuya expresión es la lengua. Durante el siglo XX el mundo árabe se ha caracterizado por la búsqueda de una identidad nacional, cuya manifestación son los movimientos de resistencia contra el poder y la política colonialista de Occidente. Si el significado no está presente es porque la presencia árabe está diferida, esto es, aplazada en su dimensión temporal y desplazada en su dimensión espacial. Desde este punto de vista, en Epitafio para Nueva York hay un llamado a dejar atrás un tiempo marcado por la ausencia de lo árabe, es decir, por la falta de identidad. La necesidad de adquirir un lenguaje nuevo surge justamente porque la pérdida de identidad es consecuencia de una lengua inapropiada, que no ha sido capaz de consolidar la unificación de la cultura y sociedad árabe.
La ausencia de significado, de lo árabe, de la identidad está directamente relacionada con dos procesos que marcaron al mundo árabe: la creación de Estado de Israel en 1948 y la Guerra de los Seis Días en 1967. Por un lado, la crisis de Palestina (al-Nakba) genera una profundización de las ideas nacionalistas, puesto que Palestina se convierte en un símbolo de arabidad, y por otro, la derrota de los estados árabes frente a Israel (al-Naksa) marca la ruptura de la arabidad. La fractura de la unidad árabe acentúa la catástrofe de la Nakba, el discurso del nacionalismo árabe queda anulado, se destruye el panarabismo como ideología. Tales acontecimientos influyen profundamente en la literatura árabe contemporánea, la reacción es la denuncia o la crítica a los gobiernos y dirigentes árabes que han hecho posible el desastre con el objetivo de remecer la conciencia de la sociedad.
En Adonis hay un intento por salvar esa diferencia entre significante y significado a través de una poesía que logre identificarse con el mundo árabe en los tiempos que vendrán, una poesía revolucionaria, transformadora como el fuego. La palabra que tiene la capacidad de transformación y que puede unificar el mundo árabe es el lenguaje literario. El poeta intenta traer a presencia la realidad del mundo árabe a través de su propio lenguaje, el lenguaje poético o literario adquiere un carácter representativo, que vuelve a presentar, es decir, a hacer presente lo árabe.
En Epitafio para Nueva York el lenguaje apropiado para la profecía es el de la poesía, que es un elemento unificador de la cultura. Adonis considera la definición de la identidad árabe basada en la cultura (panarabismo) para construir un mundo poético en el cual se anuncia un futuro de prosperidad para el mundo árabe, el mensaje profético viene a transmitir esperanza y optimismo a una sociedad en crisis. Así el poeta manifiesta el deseo de transformar lo real a través de la experiencia creadora, elaborando un proyecto de destrucción y renovación de la cultura.
Si bien se puede reconocer un sentimiento de rechazo por el mundo occidental, dada su responsabilidad en hechos que afectan de manera muy negativa el desarrollo de los países árabes, también se puede encontrar una profunda autocrítica o autodenuncia. Adonis es capaz de hacer un cuestionamiento de la sociedad árabe contemporánea y detectar ahí las causas del fracaso del panarabismo, en alguna medida han sido los propios gobiernos árabes quienes han facilitado la intervención de Occidente.
Fuentes citadas
Adonis: Canciones de Mihyar el de Damasco. Traducción y prólogo de Pedro Martínez Montávez. Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1968.
______: Epitafio para Nueva York. Traducción y prólogo de Federico Arbós. Madrid: Hiperión, 1987.
Corbin, Henry: “La profetología chiíta duodecimana”. Historia de la filosofía islámica. Madrid: Trotta, 2000.
Cruz Hernández, Miguel: “Los movimientos de la Shía”. Historia del pensamiento en el mundo islámico. Desde los orígenes hasta el siglo XII. Tomo I. Madrid: Alianza, 1981.
Derrida, Jacques: “La Différance”. Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra, 2003.
Le Goff, Jacques: El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Barcelona: Paidós, 1991.
Vernet, Juan: Literatura árabe. Barcelona: Labor, 1968.
[1] Ali Ahmad Said, además de poeta, es crítico literario, ensayista, traductor y dibujante. Nació en Siria el año 1930, pero en 1962 obtuvo la nacionalidad libanesa. En 1956 fundó en Beirut la revista Shír (Poesía). De su labor de crítica e investigación literaria destacan sus libros dedicados a la revisión de la tradición literaria árabe Antología de la poesía árabe, 3 vols. (1964), Introducción a la poesía árabe (1971) y Poesía y poética árabes (1997). Ha publicado varios libros de poemas, entre los que se encuentran: Primeros poemas (1957), Canciones de Mihyar el de Damasco (1961), Libro de las huidas y mudanzas por los climas del día y la noche (1965), Epitafio para Nueva York (1971), Este es mi nombre (2006). Desde hace algunos años es considerado como uno de los candidatos a obtener el Premio Nobel de Literatura.
[2] La qasida o poema clásico árabe, cultivada desde la época preislámica, tiene una métrica cuantitativa en la que la alternancia de sílabas largas y breves determinan el ritmo. “La sucesión, según ciertas reglas, de sílabas largas y breves da origen al pie (yuz) y la reunión de tres o cuatro pies origina el hemistiquio (misra). Dos hemistiquios forman el verso (bayt) y un grupo de éstos, de treinta a ciento cincuenta, integran el poema o casida (qasida). La qasida es monorrima; de ahí que casi siempre, para identificar un poema se recurra a citar la consonante de la rima.” (Vernet 11-12). La qasida contiene tres partes: el nasib (el poeta recuerda a la amada), el rahil (relato de un viaje por el desierto) y el madih (panegírico en el cual se elogia a la persona a la que se dedica la composición).
[3] “El sentido verdadero del Alcorán convierte a los Imames en inspirados por Dios: hombres de Dios, conocedores e iluminadores para los demás de la espiritualidad religiosa (...) En la Shía imami duodecimana, sólo en la parusia del duodécimo Imam, Mahdi o Imam oculto, tendrá lugar la revelación final del sentido verdadero de todas las revelaciones divinas.” (Cruz Hernández 67)
[4] De acuerdo a la concepción del tiempo en la cultura árabe predomina la idea de un tiempo absoluto que está por encima de la historia.
[5] Mantua me engendró; los calabreses me llevaron; hoy me tiene Parténope (Nápoles). Canté a los pastos, a los campos, a los caudillos.
[6] Siguiendo a Derrida uno de los sentidos del verbo “diferir” es la acción de dejar para más tarde, una demora, un retraso, lo cual se resume en el concepto de temporización, que es también espaciamiento, hacerse tiempo del espacio y hacerse espacio del tiempo. El otro sentido de diferir es no ser idéntico, ser otro, distinto a. El signo se pone en lugar de la cosa presente o referente. “El signo representa lo presente en su ausencia. Cuando no podemos tomar o mostrar la cosa, digamos lo presente, el ser-presente, cuando lo presente no se presenta, significamos, pasamos por el rodeo del signo. Tomamos o damos un signo. Hacemos signo. El signo sería, pues, la presencia diferida.” (Derrida 45).