jueves, 8 de octubre de 2009

El lenguaje de la profecía en Epitafio para Nueva York de Adonis



Por Maritza Requena

El reloj marca los minutos...
pero ¿y la eternidad?
¿Qué marca la eternidad?

Walt Whitman: Canto a mí mismo.

El Oriente es el lugar en que sale el sol. Hay una
hermosa palabra alemana que quiero recordar:
Morgenland –por el Oriente–, “tierra de la mañana”.
Para el Occidente, Abendland, “tierra de la tarde”.

J. L. Borges: “Las mil y una noches”.

Adonis, seudónimo del poeta sirio-libanés Ali Ahmad Said (1930)[1], es uno de los autores árabes de la denominada Escuela del Verso Libre, una tendencia poética surgida en 1947, cuya principal característica es la ruptura con el ritmo impuesto por la qasida clásica[2], tal como señala el arabista español Pedro Martínez Montávez en el Prólogo a su traducción de las Canciones de Mihyar el de Damasco “lo que estos poetas persiguen casi siempre –y consiguen a veces –es dotar al verso, y a la larga al poema, de una musicalidad distinta, y que en este sentido poco tiene que ver con la tradicional de la lírica árabe” (23).

Tras el término de la Segunda Guerra Mundial se produce una importante innovación en la poesía árabe, se abandona la forma tradicional de la qasida, sustituyéndola por combinaciones estróficas libres y poemas en prosa. A dicha escuela pertenecen también los poetas Abd Al-Wahab Al-Bayyatt (Iraq, 1926-1998), Nizar Qabbani (Siria, 1923-1998), Mahmud Darwish (Palestina, 1942), autores cuya obra, como la de Adonis, está estrechamente ligada a la realidad sociopolítica del mundo árabe.

Si bien la poesía de Adonis se sitúa en este contexto, el ser un poeta árabe no le impide ser un poeta de carácter universal, que se nutre tanto de la herencia espiritual e intelectual árabe como de la tradición literaria occidental. En Epitafio para Nueva York es posible encontrar reunidos a algunos poetas árabes (entre ellos, el libanés Yubrán Jalil Yubrán, algunos preislámicos y otros, del amor udrí o platónico) con el norteamericano Walt Whitman, cuya poesía representa el ideal democrático.

A continuación se tratará el tema de la profecía en el libro Epitafio para Nueva York y se revisará de qué manera el poeta enfrenta el problema del lenguaje en la transmisión de un discurso de carácter profético. Además se atenderá al problema de la identidad árabe vinculado a la desintegración del mundo árabe y el fracaso del panarabismo tras la Nakba y la Naksa, puesto que Epitafio para Nueva York intentaría revitalizar dicha ideología.

La concepción temporal: El tiempo profético

En Epitafio para Nueva York, Adonis ha planteado la necesaria renovación de la cultura árabe, el poeta como profeta, orientando su escritura hacia el futuro, anuncia lo que vendrá: el final de un periodo de oscuridad y el comienzo de una nueva época para Oriente. Sobre la organización del tiempo Jacques Le Goff señala que:

“Para dominar el tiempo y la historia y para satisfacer las propias aspiraciones a la felicidad y a la justicia o los temores frente al engañoso e inquietante concatenarse de los acontecimientos, las sociedades humanas han imaginado la existencia, en el pasado o en el futuro, de épocas excepcionalmente felices o catastróficas y a veces han inscrito estas épocas, antiguas o recientes, en una serie de edades según un cierto orden.” (11)

El concepto de edades míticas se refiere a una periodización imaginaria que, tanto en el pensamiento judeo-cristiano como en el islámico, ha llevado a construir calendarios míticos y a calcular fechas proféticas. El estudio de estas edades permite un acercamiento a las concepciones del tiempo y de la historia, así en el Islam el orden de los periodos de la historia deriva de la Revelación. El hecho coránico es un acontecimiento histórico, cultural y religioso que divide al mundo árabe en un antes y un después, distinguiendo entre una época pagana de oscuridad e ignorancia anterior a la predicación de Mahoma (yahiliyya) y una época de luz y salvación posterior a dicha prédica (Islam). El sistema de medición del tiempo que supera al del calendario en cuanto abarca más allá de un año es la era. “El calendario reclama sólo una fecha de principios de año, pero la historia y todos los actos y documentos que exigen una datación plantean el problema de la fecha del tiempo oficial de inicio.” (Le Goff 218). El punto fijo que inicia la numeración de los años es la era, que es un acontecimiento considerado fundador. Para los musulmanes su era comienza en la fecha de la huida de Mahoma de la Meca a Medina (hégira), el año 622.

La Escuela Shiíta Duodecimana concibe la historia a partir de la muerte de Mahoma, puesto que ésta inicia un nuevo ciclo de la profecía. Mientras que para la profetología sunnita Mahoma es el Sello de la Profecía y con ello se da por terminada la historia, la profetología shiíta tiene la idea de un doble ciclo de la profecía. De acuerdo con la perspectiva escatológica de este pensamiento, los shiíes esperan el regreso del duodécimo Imam oculto, el cual aparecerá en forma de Mahdí, el elegido, antes del fin de los tiempos y traerá la total revelación.[3] Por lo tanto, el tiempo presente constituye un tiempo intermedio (como señala Corbin “el tiempo del Imam oculto es un tiempo intermedio entre los tiempos”), en el cual es fundamental el rol del Imam, un guía dedicado a la interpretación del sentido esotérico del Corán.

Adonis utiliza la figura del poeta inspirado como recurso poético. La identificación del poeta con el profeta, lo convierte en un vidente que es capaz de ver más allá de lo aparente y encontrar un lenguaje y una forma con la cual expresarlo. El profeta no es alguien que predice el futuro, sino el inspirado que transmite la revelación divina a los hombres. El carácter profético de la religión islámica y las bases del pensamiento shií permiten explicar la concepción del tiempo que se desarrolla en Epitafio para Nueva York.

El poeta manifiesta una visión crítica del mundo árabe (“¡Y soy el primero en lanzarme contra ti, ah, pueblo mío!”), cifrada en un mensaje profético que divide la historia y que explica el presente desde el futuro. Así se advierten dos dimensiones del tiempo: un tiempo absoluto y un tiempo relativo.[4] En la dimensión temporal asociada a la profecía, es decir, el tiempo suprahistórico, la destrucción de Nueva York marca el inicio de los nuevos tiempos para Oriente. Por otro lado, en la dimensión temporal cronológico-histórica, se establece una marcada diferencia entre la era de Nixon y los tiempos de Lincoln y Whitman, a quienes se dirige el poeta en los Cantos VI y IX.

La dimensión escatológica del Islam supone la total revelación en el fin de los tiempos. Según Le Goff la escatología atribuye un significado a la historia y las edades míticas confieren a ésta un contenido y un ritmo en el interior de este significado, asimismo define escatología como el término que designa la doctrina de los fines últimos, es decir, el cuerpo de las creencias relativas al destino último del hombre y del universo. “La escatología ha estado precisándose a través de las narraciones de naturaleza profética que describían una ‘revelación’ de los acontecimientos del fin de los tiempos.” (Le Goff 48). En Epitafio para Nueva York el tiempo del fin es evocado bajo forma profética, la escatología mira al futuro y se revela en la profecía. Se presentan ciertas señales que anuncian la aproximación del fin del mundo y, como ya se ha señalado, es Nueva York el mundo en destrucción.

El género del Epitafio

Un epitafio es la inscripción ubicada sobre un sepulcro para honrar al difunto. Tradicionalmente un epitafio está escrito en verso, pero hay excepciones. Muchos epitafios fueron escritos con algún refinamiento literario, por lo que se considera al epitafio como un subgénero literario dentro del más general de la elegía, composición poética del género lírico en que se lamenta la muerte de una persona. Numerosos poetas compusieron sus propios epitafios antes de morir, uno de los más conocidos es el del poeta latino Virgilio, quien fue enterrado en Nápoles y cuyo epitafio fue grabado en su tumba: “Mantua me genuit, Calabri rapuere, tenet nunc Parthenope: cecini pascua, rura, duces.”[5]

Considerando el título del libro de Adonis, el texto poético, en su totalidad, viene a ser justamente esa inscripción en la lápida del futuro difunto que será la ciudad de Nueva York, logrando la conciliación entre epitafio y profecía, entre pasado y futuro, entre muerte y vida.

Nueva York, en representación de Occidente, aparece dominando el mundo árabe:

“Y confieso: Nueva York, tienes en mi país la tienda y el
lecho, la silla y la cabeza. Y todas las cosas a la
venta: el día y la noche, la piedra de La Meca y el
agua del Tigris. Pero advierto: a pesar de ello, jadeas
exhausta en tu intento de vencer en Palestina, en Hanoi,
en el Norte y en el Sur, en el Este y en el Oeste,
a hombres que no tienen más historia que el fuego.”

Su aniquilación implica la revitalización de Beirut y la sucesión de imágenes escatológicas o de destrucción dan cuenta de este profundo proceso de renovación: “¡Desmoronáos, estatuas de la libertad! (...) El viento sopla otra vez desde el Oriente y / arranca la lona de las tiendas y los rascacielos”. Mientras Nueva York sufre su caída y en ella es fundamental el rol que cumple la palabra (“cada palabra es el signo de / una caída, / cada vocal es un pico o una pala.”) en Harlem y Beirut se prepara el inicio de una nueva época: “HARLEM, / el tiempo agoniza, más tú eres el presente.” Se establece una crítica a la modernidad, al capitalismo de Nueva York (“Grité: ¡Puente de Brooklyn! pero ése es el / puente que une a Whitman con Wall Street, a la hoja / de hierba con la hoja de papel del dólar...”) y también al retraso del mundo árabe que vive en un tiempo detenido, cuya mentalidad tiende a vivir en el pasado (“Vi / el mapa árabe como un caballo que golpea pesadamente el / suelo con sus cascos. Con alforjas que cuelgan como el tiempo sobre la tumba”) y cuya lengua permanece estática (“La palabra ha muerto porque vuestras lenguas abandonaron / la costumbre de la voz por la costumbre del gesto.”) Asimismo con respecto a los gobiernos árabes hay una profunda autocrítica:

“Y leí:
Que las ratas en Beirut y en otras partes
se pasean burlonas por la seda de la Casa Blanca,
se arman con el papel de los documentos,
roen a la humanidad.
Que los cerdos que aún quedan en el huerto del alfabeto
hollan la poesía.”


El poeta incita a la capital libanesa, Beirut, como representante del mundo árabe, a dejar atrás la época de oscuridad, a quemar la “historia de los cerrojos”, y en el último canto termina deseándole la paz.

El problema de la lengua y la identidad: Resurgimiento de la arabidad

Para Adonis el proceso de renovación también incluye el aspecto lingüístico, así la lengua árabe también forma parte de la autocrítica. En Epitafio para Nueva York el poeta plantea la necesidad de transformación de la lengua árabe en la cual se expresa. En la transmisión del mensaje profético se manifiesta la búsqueda de un lenguaje asociado a los nuevos tiempos:

“La palabra es la más ligera de las cosas y lleva en sí todas
las cosas. La acción es un lugar, un instante. La palabra
es todos los lugares, todo el tiempo. La palabra
–la palma de la mano –, el sueño:
¡Te hallaré, oh fuego, protector mío!
¡Te hallaré, oh poesía!”


Adonis advierte que el lenguaje se ha vuelto infértil: “No es ciega la mirada, sino el rostro. / No son yermas las palabras, sino la lengua.” Esta preocupación por la palabra y la lengua alude a la ausencia del significado, en el plano lingüístico se ha perdido la relación entre el signo y lo que éste representa, la lengua árabe es diferente, en el sentido de diferir[6], a la realidad que designa, no re-presenta el mundo árabe, es decir que la lengua árabe actual no hace presente la realidad árabe:

“Sin embargo, Nueva York no es una jerigonza, sino una
palabra. Pero cuando escribo DAMASCO, no escribo
una palabra, sino una jerigonza. De. A. Eme. A.
Ese. Ce. O... Apenas un sonido, es decir, cosa del
viento. Salió una vez de la tinta y no volvió. El tiempo
está parado como un guardián en el umbral, preguntando:
¿Cuándo volverá? ¿Cuándo entrará? También
Beirut, El Cairo, Bagdad, son jerigonzas totales,
como las partículas de polvo que flotan en el
sol...”

La distancia entre el signo y su representación apunta en Adonis al problema de la identidad árabe cuya expresión es la lengua. Durante el siglo XX el mundo árabe se ha caracterizado por la búsqueda de una identidad nacional, cuya manifestación son los movimientos de resistencia contra el poder y la política colonialista de Occidente. Si el significado no está presente es porque la presencia árabe está diferida, esto es, aplazada en su dimensión temporal y desplazada en su dimensión espacial. Desde este punto de vista, en Epitafio para Nueva York hay un llamado a dejar atrás un tiempo marcado por la ausencia de lo árabe, es decir, por la falta de identidad. La necesidad de adquirir un lenguaje nuevo surge justamente porque la pérdida de identidad es consecuencia de una lengua inapropiada, que no ha sido capaz de consolidar la unificación de la cultura y sociedad árabe.

La ausencia de significado, de lo árabe, de la identidad está directamente relacionada con dos procesos que marcaron al mundo árabe: la creación de Estado de Israel en 1948 y la Guerra de los Seis Días en 1967. Por un lado, la crisis de Palestina (al-Nakba) genera una profundización de las ideas nacionalistas, puesto que Palestina se convierte en un símbolo de arabidad, y por otro, la derrota de los estados árabes frente a Israel (al-Naksa) marca la ruptura de la arabidad. La fractura de la unidad árabe acentúa la catástrofe de la Nakba, el discurso del nacionalismo árabe queda anulado, se destruye el panarabismo como ideología. Tales acontecimientos influyen profundamente en la literatura árabe contemporánea, la reacción es la denuncia o la crítica a los gobiernos y dirigentes árabes que han hecho posible el desastre con el objetivo de remecer la conciencia de la sociedad.

En Adonis hay un intento por salvar esa diferencia entre significante y significado a través de una poesía que logre identificarse con el mundo árabe en los tiempos que vendrán, una poesía revolucionaria, transformadora como el fuego. La palabra que tiene la capacidad de transformación y que puede unificar el mundo árabe es el lenguaje literario. El poeta intenta traer a presencia la realidad del mundo árabe a través de su propio lenguaje, el lenguaje poético o literario adquiere un carácter representativo, que vuelve a presentar, es decir, a hacer presente lo árabe.

En Epitafio para Nueva York el lenguaje apropiado para la profecía es el de la poesía, que es un elemento unificador de la cultura. Adonis considera la definición de la identidad árabe basada en la cultura (panarabismo) para construir un mundo poético en el cual se anuncia un futuro de prosperidad para el mundo árabe, el mensaje profético viene a transmitir esperanza y optimismo a una sociedad en crisis. Así el poeta manifiesta el deseo de transformar lo real a través de la experiencia creadora, elaborando un proyecto de destrucción y renovación de la cultura.

Si bien se puede reconocer un sentimiento de rechazo por el mundo occidental, dada su responsabilidad en hechos que afectan de manera muy negativa el desarrollo de los países árabes, también se puede encontrar una profunda autocrítica o autodenuncia. Adonis es capaz de hacer un cuestionamiento de la sociedad árabe contemporánea y detectar ahí las causas del fracaso del panarabismo, en alguna medida han sido los propios gobiernos árabes quienes han facilitado la intervención de Occidente.

Fuentes citadas

Adonis: Canciones de Mihyar el de Damasco. Traducción y prólogo de Pedro Martínez Montávez. Madrid: Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1968.

______: Epitafio para Nueva York. Traducción y prólogo de Federico Arbós. Madrid: Hiperión, 1987.

Corbin, Henry: “La profetología chiíta duodecimana”. Historia de la filosofía islámica. Madrid: Trotta, 2000.

Cruz Hernández, Miguel: “Los movimientos de la Shía”. Historia del pensamiento en el mundo islámico. Desde los orígenes hasta el siglo XII. Tomo I. Madrid: Alianza, 1981.

Derrida, Jacques: “La Différance”. Márgenes de la filosofía. Madrid: Cátedra, 2003.

Le Goff, Jacques: El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Barcelona: Paidós, 1991.

Vernet, Juan: Literatura árabe. Barcelona: Labor, 1968.


[1] Ali Ahmad Said, además de poeta, es crítico literario, ensayista, traductor y dibujante. Nació en Siria el año 1930, pero en 1962 obtuvo la nacionalidad libanesa. En 1956 fundó en Beirut la revista Shír (Poesía). De su labor de crítica e investigación literaria destacan sus libros dedicados a la revisión de la tradición literaria árabe Antología de la poesía árabe, 3 vols. (1964), Introducción a la poesía árabe (1971) y Poesía y poética árabes (1997). Ha publicado varios libros de poemas, entre los que se encuentran: Primeros poemas (1957), Canciones de Mihyar el de Damasco (1961), Libro de las huidas y mudanzas por los climas del día y la noche (1965), Epitafio para Nueva York (1971), Este es mi nombre (2006). Desde hace algunos años es considerado como uno de los candidatos a obtener el Premio Nobel de Literatura.

[2] La qasida o poema clásico árabe, cultivada desde la época preislámica, tiene una métrica cuantitativa en la que la alternancia de sílabas largas y breves determinan el ritmo. “La sucesión, según ciertas reglas, de sílabas largas y breves da origen al pie (yuz) y la reunión de tres o cuatro pies origina el hemistiquio (misra). Dos hemistiquios forman el verso (bayt) y un grupo de éstos, de treinta a ciento cincuenta, integran el poema o casida (qasida). La qasida es monorrima; de ahí que casi siempre, para identificar un poema se recurra a citar la consonante de la rima.” (Vernet 11-12). La qasida contiene tres partes: el nasib (el poeta recuerda a la amada), el rahil (relato de un viaje por el desierto) y el madih (panegírico en el cual se elogia a la persona a la que se dedica la composición).

[3] “El sentido verdadero del Alcorán convierte a los Imames en inspirados por Dios: hombres de Dios, conocedores e iluminadores para los demás de la espiritualidad religiosa (...) En la Shía imami duodecimana, sólo en la parusia del duodécimo Imam, Mahdi o Imam oculto, tendrá lugar la revelación final del sentido verdadero de todas las revelaciones divinas.” (Cruz Hernández 67)

[4] De acuerdo a la concepción del tiempo en la cultura árabe predomina la idea de un tiempo absoluto que está por encima de la historia.

[5] Mantua me engendró; los calabreses me llevaron; hoy me tiene Parténope (Nápoles). Canté a los pastos, a los campos, a los caudillos.

[6] Siguiendo a Derrida uno de los sentidos del verbo “diferir” es la acción de dejar para más tarde, una demora, un retraso, lo cual se resume en el concepto de temporización, que es también espaciamiento, hacerse tiempo del espacio y hacerse espacio del tiempo. El otro sentido de diferir es no ser idéntico, ser otro, distinto a. El signo se pone en lugar de la cosa presente o referente. “El signo representa lo presente en su ausencia. Cuando no podemos tomar o mostrar la cosa, digamos lo presente, el ser-presente, cuando lo presente no se presenta, significamos, pasamos por el rodeo del signo. Tomamos o damos un signo. Hacemos signo. El signo sería, pues, la presencia diferida.” (Derrida 45).

jueves, 1 de octubre de 2009

Sobre la presencia de Las mil y una noches en “El Sur” de Borges


Por Maritza Requena

De un rey que entrega, al despuntar el día,
su reina de una noche a la implacable
cimitarra, nos cuenta el deleitable
libro que al tiempo hechiza todavía.

Borges: “Ariosto y los árabes.”


En el siguiente artículo quisiera remitir el famoso cuento de Borges “El Sur” no al Martín Fierro sino a Las mil y una noches porque este intertexto pone de manifiesto el interés de Borges por la cultura oriental.

Juan Dahlmann, protagonista de este cuento, es un bibliotecario y asiduo lector; lee la realidad a través de los referentes literarios del Martín Fierro y de Las mil y una noches. En su análisis Guillermo Gotschlich plantea que “El Sur” tendría como fundamento el tópico de las armas y las letras, puesto que Dahlmann posee una doble naturaleza derivada de su doble linaje germano-argentino. De su abuelo paterno, pastor de la iglesia evangélica, habría heredado su naturaleza pasiva y reflexiva que se manifiesta en su oficio. Por otro lado, su abuelo materno representa a los hombres que pelearon y murieron de manera valerosa. Estos antecedentes dan cuenta de una dualidad: “la del arte de la palabra confrontada con la lucha, la del pensamiento con la acción, o si se quiere, la de la página historiada con la guerra.” (56) Gotschlich afirma que el eje de la narración es la visión de la realidad a partir de un complejo espectro de imágenes literarias, por lo tanto, “la irrealidad que domina al texto, reside de manera esencial en la visión libresca que domina en la consciencia de Dahlmann.” (58) Las influencias literarias de Dahlmann son tres: Las mil y una noches en la versión de Weil, Martín Fierro y Pablo y Virginia (novela que también es referente de Madame Bovary y funciona como un modelo literario que condiciona su romanticismo). Estos libros desempeñan, cada uno a su manera, un papel fundamental en la lectura del cuento. La lectura del Martín Fierro sería determinante en el tipo de muerte que escoge Dahlmann, ya que el duelo a cuchillo en la llanura constituye una muerte literaria que sigue el modelo del gaucho argentino representado por el Martín Fierro. Al respecto, Allen Phillips sostiene que:

“El Sur presenta una muerte doble: la que en el sanatorio experimenta Juan Dahlmann y la que sueña el moribundo. En su sueño emprende un viaje regresivo hacia el pasado y hacia el Sur, donde realiza su propio destino al morir en una de esas muertes típicas de la literatura gauchesca del siglo XIX. La acción supone, pues, un anacronismo presentado a través de la alucinación del personaje central.” (140)

En el cuento se enfatiza que Dahlmann elige su identidad y su destino, se dice que su criollismo es voluntario:

“(...) morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.”

En este párrafo se manifiesta claramente la preferencia de Dahlamnn y sobre todo su voluntad. Esta vitalidad demostrada al momento de morir se opone a la pasiva vida de bibliotecario, Dahlmann deja la inactividad de la lectura para actuar como Martín Fierro.

“A la literatura en sí parece oponerse la nueva vitalidad que experimenta Dahlmann al iniciar su viaje al pasado. Abandona, como vimos, la lectura porque ya no le entusiasmaban los milagros de Sherezada, y prefiere entregarse a la felicidad de vivir.” (Phillips 145)

Siguiendo el estudio de Zunilda Gertel el libro de Las mil y una noches juega un papel primordial como causa del accidente y también como estímulo psíquico, pues sirve para ilustrar las pesadillas de Dahlmann durante la primera noche de fiebre. Aquí los relatos de Las mil y una noches operan como modelos literarios, pero cuando Dahlmann deja de leer en la pulpería para actuar a la manera del gaucho Martín Fierro, entonces, la función del libro es contraponer el mundo intelectual con el mundo primitivo de la pampa. De esta manera, el tópico de las armas y las letras cobra sentido por la lectura o no lectura del libro maravilloso, el cual conecta, como vemos, las dos identidades de Dahlmann.

Según Gertel, el libro también representaría el laberinto ya que Las mil y una noches es el ejemplo clásico de los relatos que contienen otros relatos. La estructura de la ficción dentro de la ficción, es decir, que una historia contenga otras historias, sugiere la idea de infinito y produce que se pierdan los límites entre la ficción y la realidad. El propio Borges se refiere a esta estructura del relato enmarcado y sus efectos en “Magias parciales del Quijote”:

“¿Por qué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las mil y una noches? ¿Por qué nos inquieta que don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios.” (Otras Inquisiciones 75-76)

Sobre la idea de infinito Borges señala, en su conferencia sobre “Las mil y una noches”, que el título ya sugiere un libro infinito:

“En éste hay otra belleza. Creo que reside en el hecho de que para nosotros la palabra “mil” sea casi sinónimo de infinito. Decir mil noches es decir infinitas noches, las innumerables noches. Decir “mil y una noches” es agregar una al infinito (...) La idea de infinito es consustancial con Las mil y una noches.” (Siete Noches 61)

En este sentido, Las mil y una noches, como ejemplo de inclusión del relato en el relato o el libro que se contiene a sí mismo, es símbolo de la estructura de “El Sur”, puesto que considero en mi postulación que el relato del sueño de Dahlmann, se incluye dentro de la historia de “El Sur”, así como los relatos de Shahrazad se incluyen en una historia situada en un nivel narrativo mayor.

El ejemplar que Dahlmann consigue es el de Gustavo Weil, una de las cuatro versiones alemanas de Las mil y una noches y que, justamente, Borges comenta en “Los traductores de Las 1001 Noches.” La traducción de Weil, un bibliotecario judío, estaría influenciada por las Escrituras. Las historias que Dahlmann lee en el tren son el relato de la montaña de piedra imán y el del genio que ha jurado matar a quien lo libere. El vínculo con estos relatos es la relación entre el destino y la libertad, por un lado, y la elección del tipo de muerte, por otro. La relación intertextual establece la conciliación de los términos opuestos de voluntad y destino. Se observa esta idea en las siguientes líneas: “Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.”

El relato sobre la montaña de piedra imán corresponde a la historia del tercer saaluk, enmarcada en la historia del faquín con las jóvenes. El tercer saaluk señala que, a diferencia de sus dos compañeros, a quienes todo se lo ha causado el destino y la suerte, la causa de que él lleve el mentón afeitado y que haya perdido un ojo radica en él mismo. El saaluk reconoce que él ha sido el causante de lo que le ha ocurrido. Él es un rey, su ciudad estaba situada a la orilla del mar y rodeada de islas. Decidió viajar a inspeccionar las islas y se embarcó en una escuadra de diez buques con provisiones para un mes. Viajó durante veinte días hasta que, tras una noche de huracán, perdieron el rumbo. Después de un par de días navegando, el vigía vio a lo lejos una mole negra que unas veces parecía negra y otras, blanca; se trataba del monte de la piedra negra, llamada piedra magnética, cuyo poder es atraer los objetos de hierro. Las aguas conducían al buque hacia esa dirección, lo cual hacía inevitable el naufragio, pues, al llegar, todos los clavos del buque serían atraídos por la montaña. Así sucedió y el saaluk se salvó. En un sueño una voz le dijo que cuando despertara cavara debajo de sus pies, donde encontraría un arco de cobre y tres flechas de plomo, con los cuales debería atacar al caballero que estaba encima de la cúpula, ya que mientras éste no se cayera, la montaña seguiría atrayendo el hierro de las embarcaciones. Al derrotarlo las aguas subirían hasta cubrir el monte, allí habría una lancha con una persona que lo llevaría hasta el mar de la Salvación, donde encontraría quién lo llevase a su país siempre que no mencionara el nombre de Dios. Así lo hizo el saaluk, pero al ver las islas de la Salvación se alegró tanto que mencionó el nombre de Dios, entonces, fue lanzado al mar y la lancha emprendió el regreso. Nadando llegó a una isla que tenía una puerta que conducía hacia jardines subterráneos, allí encontró un caballo que montó, al descabalgar, el caballo le dio un golpe con la cola en el ojo, y al volver a Bagdad se afeitó el mentón y se convirtió en saaluk.

Se puede advertir que en esta historia la idea de la predestinación no anula la libertad, si bien el motivo del viaje ya implica el cumplimiento de un tipo de destino, tal como ocurre en “El Sur”: Dahlmann puede escoger morir en un duelo a cuchillo en la llanura en vez de hacerlo en un sanatorio.

La noción de destino aparece de manera reiterativa en “El Sur”, ya sea de manera explícita o aludiendo a él con distintas expresiones: “(...) el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones” –se dice justo antes del accidente–; “(...) Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino”– la condolencia ante el destino da cuenta de un deseo de cambiarlo–; “increíblemente el día prometido llegó” –el día prometido es el día en que Dahlmann emprende el viaje a la estancia en el Sur–; el otoño “era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre”, “era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo”.

Dahlmann crea otra realidad para corregir su destino y su deseo de morir a la manera del gaucho Martín Fierro se realiza en la forma de un viaje soñado. Considero que Dahlmann, luego de leer el Martín Fierro y Las mil y una noches, escribe su destino, elige cómo morir y realiza su deseo a través de una narración.

En su ensayo “Las mil y una noches” Borges reconoce, en la aparición de un genio al frotar una lámpara, la causalidad de la magia y recuerda precisamente la historia del pescador y el genio. Esta historia se trata de un pescador que, a la tercera vez que arroja su red al mar, saca un jarro de cobre dorado, lleno, cuya boca estaba sellada con plomo y que tenía el sello de Salomón. Al abrir el jarro sale un humo que se transforma en un genio. El genio le cuenta al pescador que era uno de los genios que se rebeló contra Salomón y que por eso lo había encerrado y lo había arrojado al mar. Durante cien años juró que a quien lo liberara lo enriquecería por toda la eternidad, pero nadie lo sacó. Durante cien años más juró que entregaría todos los tesoros del mundo a quien lo liberara, pero nadie lo liberó. Así pasaron cuatrocientos años. Juró que le concedería tres gracias al que lo liberara de su encierro, pero nadie lo hizo. Hasta que, enojado, juró que mataría al que lo liberara, pero él podría morir como quisiera. Así el genio le plantea al pescador que debe elegir cómo quiere morir. El hecho de que ésta sea una de las historias que Dahlmann lee enfatiza el carácter electivo de su propia muerte.

Las mil y una noches es modelo de las historias que salvan de la muerte, de acuerdo a ello contar un buen relato constituye la oportunidad de vivir. Además, para conseguir más tiempo de vida, la forma de narrar debía despertar la curiosidad de quienes oían el relato, de manera que Shahrazad, debe mantener al rey en suspenso, y, por lo tanto, se demora varias noches en llegar al final de sus historia y el rey, entretenido, desea que le cuenten más historias tanto o más maravillosas que las que ya ha oído. El personaje de Shahrazad demuestra que contar una buena historia permite salvarse de la muerte, constituye así un modelo para Dahlmann, ya que la narración permite prolongar el tiempo de vida, aplazar la muerte y cambiar el destino. “En las Mil y una noches Shahrazad es personaje y también creadora de la ficción. Dahlmann, protagonista, crea el viaje a su destino, y el sueño así se justifica.” (Gertel 52)

Dahlmann, a través del relato-sueño, tiene la posibilidad de reescribir su propia muerte, así se retrasa la muerte mediante la narración:

“Dahlmann, como Shahrazad, crea un relato, el viaje de convalecencia al Sur, para postergar una muerte no deseada. Así el viaje posterga y modifica una muerte. Se narra para no morir, el sujeto se refugia en el relato que emite. Mientras narra seguirá viviendo. Sin embargo, lo narrado conduce a la muerte.” (Rodríguez 23)

Hay, entonces, una similitud entre los personajes de Dahlmann y Shahrazad como narradores, aunque su narración tenga objetivos distintos. Mientras que en un caso se narra para conservar la vida, en otro, se narra para crear una manera de morir: “Así Dahlmann, a diferencia de Shahrazad no intercambia relato por vida, sino muerte degradada y accidental, por muerte elegida o soñada.” (Rodríguez 24)

El retraso de la muerte mediante la narración supone una dilatación del tiempo, así la elaboración textual interviene para conseguir una muerte desviada en un final ilusorio. En otros cuentos de Borges la ruptura del tiempo puede manifestarse en su detención o en su repetición, por ejemplo, en “El milagro secreto” el tiempo se detiene para que Hladík termine su obra dramática.

En conclusión, el intertexto de Las mil y una noches funciona como un modelo literario, de manera que su presencia no responde solamente a la fascinación de Borges por el tema del libro de Las mil y una noches sino que es clave para comprender la estructura narrativa del cuento. Además enfatiza las concepciones del destino y de la muerte que operan en el relato, esto es su posibilidad de cambio. Queda mucho que decir acerca del interés de Borges por este libro, la cultura árabe, el Islam y el Corán, el cual se ve reflejado en toda su obra literaria, tanto en narrativa como en poesía.

Fuentes citadas

Borges, Jorge Luis: Ficciones. Buenos Aires. Emecé. 2004.

_____________: Otras Inquisiciones. Buenos Aires. Emecé. 2005.

_____________: Siete Noches. México, D. F. Fondo de Cultura Económica. 2001.

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Fuentes consultadas

Anónimo: Las mil y una noches. Barcelona. Planeta. 2000. Tomo I. Traducción, introducción y notas de Juan Vernet.